No hay mal que por bien no venga. El alevoso incidente de hace diez días, cuando un grupo de vándalos adolescentes dañó parte de la huaca de Chan Chan y colgó el video en Internet, levantó una inmensa ola de justificada indignación nacional e internacional.
Sin embargo, de modo positivo, las cosas no han quedado allí. Ayer mismo hubo una marcha de escolares trujillanos que protestaban contra estos atentados y pedían sanción a los transgresores. Aparte de ello, según informa el Instituto Nacional de Cultura (INC) de La Libertad, desde entonces las visitas diarias a Chan Chan y el Circuito Turístico Chimú se han incrementado hasta en 32%.
¿Qué significa esto? Pues que, así como hay unos pocos que no entienden el valor de estos monumentos arqueológicos, es muy superior el número de ciudadanos que sí lo aprecian, disfrutan y defienden.
Aparte del valor turístico agregado, que se manifiesta en el creciente interés por visitar estas ruinas, constatamos el respeto y aprecio de los peruanos de hoy por lo que consideran un legado de sus ancestros, lo que nos hace identificarnos y reconocernos como herederos de una cultura singular que alcanzó niveles extraordinarios de desarrollo también artístico.
Y, para decirlo sin falsa modestia, uno de los pilares de la peruanidad es nuestra historia, tenemos motivos innumerables para sentirnos orgullosos de esta heredad, que estamos llamados a preservar, por encima de cualquier interés crematístico. Afortunadamente, tenemos buenos ejemplos de compatriotas que defienden el valioso complejo de Úcupe (Lambayeque) con sistemas comunales innovadores que han merecido el reconocimiento internacional, como lo destacó “The New York Times” en reciente publicación. Lo mismo pasa en Cajamarca, donde las autoridades implementan programas especiales para proteger el patrimonio de esa región.
No obstante, queda aún un largo trecho por recorrer en otras locaciones, que obliga a las autoridades y a la sociedad civil a promover una campaña nacional permanente de modo que todos los peruanos, desde la escuela y a temprana edad, asumamos nuestra responsabilidad con la preservación del patrimonio arqueológico. La familia debe ser el primer lugar donde se nos enseñe el respeto por nuestro pasado.
En tal sentido, deben ser intolerables e impensadas las invasiones de zonas arqueológicas, como ha venido ocurriendo no solo en Chan Chan, sino también en el santuario de Machu Picchu. La protesta ciudadana debe ir acompañada por acciones punitivas por parte de las autoridades policiales, municipales y judiciales, que deben denunciar públicamente a los delincuentes que cometen estas fechorías.
Otro problema vinculado es el de los saqueadores y profanadores de tumbas. Al respecto, como lo demuestran las experiencias de El Brujo, Sipán y otras, no se puede achacar toda la responsabilidad al Estado, sino que esta debe ser compartida también por el sector privado, para financiar proyectos de investigación, recuperación y puesta en valor que desemboquen, finalmente, en museos de sitio que causan la admiración mundial.
Los peruanos seguimos agregando motivos para enorgullecernos. En los últimos años se ha revelado la existencia de nuevos complejos arqueológicos —a los mencionados habría que agregar el de Ventarrón en el norte y otros relacionados con las culturas Nasca y Paracas en el sur—, cada cual más impresionante, que por un lado nos unen y reafirman en nuestro sentimiento de peruanidad, pero del otro nos obligan a redoblar esfuerzos para conservarlos en todo su esplendor.
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