Los guías turísticos de Cuzco y de Machu Picchu son -deben serlo- cuzqueños de origen o con domicilio legal en ese departamento. La mayoría de ellos son egresados de la Universidad de San Antonio Abad, un orgullo para los peruanos, según declaran propios y ajenos. Además de quechua y castellano (ambos son obligatorios en la escuela), manejan uno o dos idiomas extranjeros, tienen un amplio conocimiento de la historia y de la arqueología de la región, pero sobre todo, un profundo compromiso con la cultura de sus ancestros, sus costumbres y ritos religiosos.
La obligación de acreditar su origen para mostrar a los turistas las bellezas de la ciudad imperial de los incas no es sólo una forma de garantizar fuentes de trabajo para los locales. Es una manera de hacer que la invasión "gringa" no vulnere más aún sus tradiciones y su cultura. Para que no convierta al ombligo del mundo, el centro del universo según las creencias andinas, en un circo de misticismo new age, o en un coto de caza para empresas extranjeras que organizan tours "all inclusive", con guías en inglés/alemán/japonés, etcétera.
La protección de la fuente de trabajo local cobra sentido cuando a uno le toca uno de esos guías -son pocos, pero los hay- que tienen preparado un discurso para oídos de extranjeros crédulos o con poco conocimiento de la cultura andina. Según este relato preparado, la Pachamama se viste entonces con ropas budistas, los extraterrestres levantan los magníficos muros de Sacsayhuaman, diseñan la ciudadela de Machu Picchu, y los yatiris o chamanes se convierten en poco más que tarotistas de feria. Pero en general, los cuzqueños no dejan en manos de cualquier improvisado su herencia cultural.
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