martes, agosto 14

Mollepata: un tesoro del Cusco y la imperdible convivencia con su gente

LUIS PACORA
 Existe un lugar donde desde hace miles de años persisten la tradición, la memoria, la vida de campo, milenarias técnicas agrícolas, insuperables construcciones arquitectónicas, místicos emplazamientos y tierras fértiles regadas por la lluvia y abrigadas por el Sol, astro-deidad que adoraban las culturas que vivieron en dichos pagos: hablamos del Valle Sagrado de los Incas. Lo primero que viene a la mente cuando se piensa en Cusco es casi una serie de postal: Machu Picchu, el Camino Inca, Ollantaytambo, Sacsayhuamán o algún otro enclave de la consabida ruta Inca. Sin embargo, existe otro periplo, menos famoso pero igual de esplendoroso, que se inicia en la provincia de Urubamba y culmina en las alturas de Moray.


  YUCAY, LA OTRA CAPITAL
A una hora y media de la Ciudad Imperial, el cielo se vuelve más celeste y la mirada otea con asombro el hermoso valle de Urubamba o más precisamente, el Valle Sagrado de los Incas. Aquí, cobijado por una cadena de montañas que se asemeja a la base troncal de un viejo árbol y delineado por el río Vilcanota, se encuentra el distrito de Yucay, palabra quechua que significa “encanto” y cuyas bondades lo convirtieron en lugar de reposo de varios miembros de la dinastía Inca. De esta manera, pasó a denominarse como la capital del Valle Sagrado de los Incas. Urubamba suele ser el lugar de paso donde el turista hace una primera parada antes de partir hacia el Camino Inca o Machu Picchu. Hay quienes aprovechan la estadía y recorren los complejos de Ollantaytambo o Písac, pero lo que solo los viajeros más intrépidos y la gente de la localidad sabe es que existe otra ruta, poco explorada pero muy interesante, que no solo permite conocer un poco más de la historia y los mitos ancestrales de estos lugares sino que ofrece toda una experiencia de vida gracias a la convivencia con las comunidades que habitan dichos parajes desde hace largo tiempo.

  RUMBO A MOLLEPATA, LA DESPENSA DEL MUNDO
A 90 kilómetros del Cusco y a una hora de Yucay se encuentra Mollepata, uno de los distritos de la provincia de Anta. Antes de arribar a este destino se recorren los poblados de Anta, Ancahuasi y Limatambo, territorio donde los incas tuvieron que luchar denodadamente contra los aguerridos Chancas que pugnaban por el poder supremo pero que, finalmente, fueron derrotados a manos de quien forjaría el destino del Imperio Inca: Pachacútec. Si bien la época de cosecha termina en junio con el Inti Raymi, lo primero que impresiona es la diversidad de productos que se siembra en estos valles interandinos. Nadie sospecharía que aquí se cosecha, además de papas y maíz, naranjas, tomates cherry, paltas Hass, col de Bruselas, holantao, berenjenas, kiwicha, quinua, aguaymanto, sachatomate, uva y hasta algarrobo. Sí, aquel algarrobo que solo creíamos ver en el desierto del norte peruano. La posición geográfica de Urubamba hace posible esta hazaña de la naturaleza, pero también al caminar por el lugar, se puede intuir rápidamente el origen de esta insólita producción: todo el valle posee cerca de 32 microclimas, gracias al alta tecnología agrícola que desarrollaron las culturas prehispánicas que habitaron esta zona. Desde canales de regadío hasta un imponente sistema de andenes, todo el valle es aprovechado al máximo a través de esta herencia milenaria.

 Mientras nos perdemos entre el follaje de un sembrío de palta, Víctor Flores, presidente de la Asociación de Productores de Palta nos dice que “Mollepata posee más de 15 pisos climáticos, es decir, se puede producir de todo, incluso la uva, nosotros no tenemos que envidiar a la costa porque hemos hecho huertos de uvas cuya producción ha sido muy interesante, incluso en un tiempo distinto al que se produce en la costa”. Lo mismo ocurre con la palta, la calidad que posee y el tiempo en que se cosecha (el único lugar en el mundo que la produce en los meses de escasez en Europa) ha provocado que empresas de alimentos como la Verde Flor de España hayan mostrado su interés en comprar este fruto cremoso. Desde algunos años, viene ocurriendo lo mismo con la quinua, kiwicha o el emblemático maíz imperial, que de tanto exportarse queda muy poca producción para el consumo local. Es por esta razón que el Mincentur ha desarrollado un programa llamado “Al turista, lo nuestro”, a través del cual se busca impulsar la puesta en valor tanto de los productos agrícolas como la artesanía y los lugares menos visitados de los distintos puntos turísticos del país. Adicionalmente a ello, no solo se asesora a los pobladores a elevar el estándar de producción sino que se establece un nexo directo entre los operadores turísticos y gastronómicos y los productores locales con el fin de aprovechar aún más la riqueza cultural y gastronómica que poseen estas pequeñas comunidades.

  HACIA EL SALKANTAY
Mollepata no solo posee una esplendorosa producción agrícola sino también un circuito turístico que permite al visitante una variedad de experiencias, desde la más íntima y sosegada hasta la más intensa y avezada. Si bien este distrito recibe alrededor de 27 mil turistas al año (según la Dirección Regional de Cultura), la mayoría solo permanece uno o dos días en el lugar ya que su objetivo es llegar a Machu Picchu. Son pocos los afortunados que se detienen a apreciar lo que se está convirtiendo en una nueva ruta de turismo vivencial, ya sea si se quiere llegar hasta la ciudadela Inca o simplemente adentrarse en los valles de aire limpio con aroma a eucalipto. Para el primer caso, el visitante puede ir recorriendo uno a uno los poblados que conducen hasta Machu Picchu, para lo cual es necesario bordear el nevado Salkantay. Esta ruta, ideal para los amantes del trekking, se presenta como una espléndida alternativa al Camino Inca, ya que en su recorrido nos enfrentamos a paisajes inefables, lagunas como espejos gigantes, los imponentes nevados Humantay y Salkantay ; pero lo más interesante de esta antigua ruta quechua es la progresión de los diversos pisos ecológicos, que va desde la cadena de montañas andinas donde se pueden aprovechar algunas fuentes de aguas termales, hasta la ceja de selva, plena de abundante vegetación tropical y fauna diversa y ruidosa, propia de estos bosques húmedos. Sin embargo, lo más apreciable es poder convivir en cada uno de estos pueblos con los lugareños que, si bien vienen construyendo una infraestructura adecuada para alojar a los turistas, ofrecen a los visitantes hospedarse en alguna de las casas y compartir con ellos el día a día, con el conocimiento y la sabiduría que solo este tipo de cercanía permite. Despertar con el canto del gallo, tomar un nutritivo desayuno, arar la tierra, ordeñar las vacas, volver para el almuerzo y conversar sobre la vida posee un valor que no se cuenta en dinero.

  LA PIEDRA DE LA LUNA

Otro lugar de visita obligada es el complejo arqueológico de Quillarumiyoc, ubicado a 20 minutos de Mollepata y cuyo significado, de origen popular, esta fundado en la una figura tallada en una roca de aproximadamente siete metros: “La piedra de la luna” o “La luna tallada en la piedra”. Al llegar al complejo, lo primero que se aprecia es la agitación corporal: Quillarumiyoc se encuentra a 3.400 msnm. Aún así, el recorrido por el lugar es impresionante. Si bien aún existen pocas evidencias históricas del origen de este complejo, se sabe que Quillarumiyoc fue un centro ceremonial religioso muy importante en la Pampa de Anta, camino al Chinchaysuyo, donde los sacerdotes andinos rendían culto a sus dioses, de acuerdo a la observación, al estudio y análisis de los astros. “Esto forma parte del circuito turístico y el área en sí tiene una interpretación mística porque posee un conjunto de rocas talladas, cuevas, lugares ceremoniales como el Usno, plataforma circular que servía para ver el movimiento de los astros”, nos dice Patrick Hermoza, guía turístico local, cuya agencia ha desarrollado un circuito de turismo místico dada la importancia ceremonial de Quillarumiyoc. El complejo también comprende áreas de sistema de cultivo y riego, lo que convierte a esta zona arqueológica en una manifestación tecnológica, artística y religiosa de culturas ancestrales que expresaban su cosmovisión en cada aspecto de su existencia. Quizá por ello, mientras viajábamos de regreso a Urubamba, uno de nuestros acompañantes nos mostró el lugar donde alguna vez pudieron divisar claramente donde terminaba un arco iris: una pequeña casita con techo de tejas y el mismo sol que, desde tiempos inmemoriales, dota de una energía especial a esta tierra.

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