jueves, julio 14

Tres arqueólogos narran la historia detrás del mito de Machu Picchu

Son los responsables de las investigaciones que se realizan en la ciudad sagrada inca. Dicen que falta mucho por investigar: se ha excavado no más del 20% del complejo.
NELLY LUNA AMANCIO
Enviada especial

Y yo me moriré porque no me basto.
Pero tú vives, Machu Picchu
MARTÍN ADÁN

CUSCO. Todas las mañanas las aves trinan en Machu Picchu. Benjamín Castro, el joven arqueólogo de la ciudad sagrada, las puede identificar por sus sonidos. A esas horas, un manto de nubes baja desde las montañas e impone un paisaje sobrenatural, conmovedor. “Yo me puedo imaginar al Inca Pachacútec caminando con su corte en el Templo del Sol”.

Como la mayoría de cusqueños, Benjamín llegó por primera vez a este lugar con una visita escolar. Tenía 14 años. “En Cusco vemos muchas construcciones de piedra, pero esto nos impresionó”. Tal vez en ese momento, sin saberlo, decidió convertirse en arqueólogo. Benjamín habla despacio, sonríe poco, camina rápido. Conoce cada espacio de Machu Picchu: incluso sus imperfecciones.

Nos lleva hacia un lugar prohibido para turistas y muestra una construcción, cerca del Templo del Sol. “Aquí los incas comenzaron a construir una habitación, levantaron una pared, pero no la terminaron, la ocultaron y construyeron otra sobre ella. Todo indica que hasta ellos se equivocaban”. Eso cree, y asegura que falta investigar mucho más. “Hay cosas que recién estamos conociendo”.

El año pasado los arqueólogos de Machu Picchu excavaron en la zona que Hiram Bingham llamó el cementerio. No encontraron restos óseos sino ofrendas. Se trataba en realidad de una plaza ceremonial. Hasta allí llegaban pobladores de diferentes partes del Tahuantinsuyo y ofrecían una pequeña piedra tallada como ofrenda. “Así se supo que la enorme roca que se encontraba en el lugar no era una piedra de sacrificio, sino una huaca”, explica Benjamín, aunque, unos metros más allá, los guías sigan contando la alucinante historia de los sacrificios humanos que sobre esta roca se habrían realizado.

Recorrer los caminos de Machu Picchu con un arqueólogo residente permite explorar los secretos más íntimos e inaccesibles de la ciudad sagrada de los incas. Una es la historia para el turista, otra la que los arqueólogos como Benjamín cuentan, despercudidos del mito y las exageraciones de la industria turística. El arqueólogo se ríe también cuando los guías colocan una brújula sobre una piedra, cerca del Templo de las Tres Ventanas, y dicen que ese lugar marca con exactitud los puntos cardinales. “Se pasan, eso ni siquiera se ha investigado”.


LA PIEDRA DE PIEDAD
Piedad Champi, la arqueóloga cusqueña residente en Machu Picchu desde el 2007 también ríe. “Algunos guías dan por sentado cosas que apenas se están investigando”. Se refiere a la roca sagrada, esa enorme y bella piedra que mira hacia la cordillera de Vilcabamba, y que los guías llaman maqueta porque su perfil coincide con los picos de montaña.

– ¿Cuánto falta por investigar en Machu Picchu?

– ¡Uy!, bastante.

Pese a los enormes recursos que se recaudan por los ingresos a Machu Picchu y al resto de complejos arqueológicos del Cusco, la inversión en investigación es todavía ínfima. Solo se ha excavado en el 20% de la ciudadela.

En el 2010, de los 40 proyectos financiados por la Dirección Regional de Cultura en toda la región Cusco, solo 20 correspondían a investigaciones arqueológicas. Dos de ellas, en Machu Picchu. Una cifra inadmisible si se tiene en cuenta que en toda la región hay 5.000 zonas arqueológicas. A esto se suma la pesada burocracia estatal. Los últimos días de mayo no había un solo proyecto de investigación arqueológica en marcha: el Ministerio de Cultura aún no aprobaba los financiamientos.

Pero eso no entristece a Piedad Champi. “Es imposible estar triste aquí. Machu Picchu te carga de buena energía, yo sí lo creo, cuando estoy acá no me siento cansada”. Machu Picchu fue construida sobre el batolito de Vilcabamba, una gigantesca roca que une la cadena montañosa que rodea la ciudadela. Las piedras graníticas –como cada uno de los miles de bloques que se usaron para construir esta ciudad– están compuestas hasta en una tercera parte de cuarzo. “El cuarzo es un catalizador de energía”, dice Piedad Champi.


CAMINANTE DE HISTORIAS
Hace 16 años que Fernando Astete recorre los caminos de Machu Picchu con la misma fascinación del estudiante de arqueología que la visita por primera vez. Si hay alguien que puede andar en la ciudad inca con los ojos vendados, es él. “Creo que hasta podría dibujarla de memoria”, precisa el jefe del parque arqueológico, el jefe de Piedad y Benjamín.

Astete está convencido de que Machu Picchu era un centro administrativo, político y religioso, con plazas, canchas, centros ceremoniales, huacas, depósitos, zonas agrícolas y viviendas. Ocho caminos incas atravesaban esta ciudad cuya construcción la inició Pachacútec y continuó su hijo Túpac Yupanqui. “Si la catedral del Cusco se hizo en 100 años, y ya estaban las piedras, mucho más se habrán tardado en levantar Machu Picchu”.


¿Qué queda de lo dicho por Hiram Bingham? “Solo los nombres de los lugares, porque sus hipótesis han cambiado radicalmente. Él decía, por ejemplo, que los hermanos Ayar habían salido por el Templo de las Tres Ventanas”. Fernando Astete sonríe. Y es que de Machu Picchu se ha dicho y escrito mucho. Él, Benjamín y Piedad lo saben. Hace ya unos años se dijo, por ejemplo, que la ciudad se estaba hundiendo. Vinieron entonces italianos, canadienses, chinos, checos, eslovenos. Cada uno trajo su tecnología y sus profesionales. Al final, descartaron esa posibilidad. El batolito de Vilcabamba estaba firme e incólume. La perpetuidad yace en estas piedras.

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